El Tratado de Libre Comercio que Bruselas y
Washington negocian en secreto desde mediados de 2013 para crear la mayor área
libre de aranceles del mundo, solo beneficia a las multinacionales y es muy perjudicial para la soberanía de los estados de la Unión Europea: y así es cómo lo consideran
varias fuerzas políticas y organizaciones sociales europeas.
El Tratado de Libre Comercio de la Unión Europea con Estados
Unidos se está negociando clandestinamente, y deja indefensos a los ciudadanos ante
los más que previsibles abusos de las multinacionales. El sueño neoliberal de
unos pocos privilegiados, será la pesadilla para una inmensa mayoría de
ciudadanos de a pie. Estamos ante un nuevo instrumento demoledor del capitalismo
más salvaje y del neoliberalismo desregulador, que va más allá de todos los
acuerdos bilaterales vistos y sufridos hasta ahora.
Obama afirma que con este acuerdo comercial, la
exportación de gas estadounidense a Europa será más fácil. Esto es falso, será
carísima y los consumidores no tendremos más remedio que pagarla. Pero esto es
lo que buscaban los que han provocado la guerra comercial con Rusia: que no
compremos gas ruso para que compremos el gas norteamericano mucho más caro. ¡Un
negocio redondo para EEUU! Otro más.
El 12 de febrero de 2013, durante el discurso del
Estado de la Unión, el presidente Obama anunció al mundo que se iniciarían unas
negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea para la creación de una
amplia asociación transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). Fue la
primera vez que supimos de su existencia. El 25 de febrero de 2014, el
presidente Rajoy durante el debate del Estado de la Nación afirmó que España
lideraría el apoyo para la consecución del acuerdo comercial entre la Unión
Europea y los Estados Unidos, un acuerdo comercial sin precedentes por su alcance
económico, demográfico y la complejidad jurídica que plantea.
Media un año entre estas intervenciones a ambos lados
del Atlántico. Un año en el que el grupo de negociadores de la UE y de EEUU han
avanzado en el acuerdo con total falta de transparencia: la mayoría de los
textos negociados son secretos. Algunas partes del acuerdo no verán la luz
hasta que se hayan acordado y deban ser ratificadas. Como dice el premio Nobel de
Economía Joseph Stiglitz sobre la negociación clandestina del TTIP: «no se
entiende tanto secretismo, a no ser que lo que están tramando sea realmente
malo».
Por lo que sabemos hasta ahora, el impacto negativo de
este acuerdo va mucho más allá de los efectos sobre nuestras vidas y el medio
ambiente. Es un ataque a la soberanía popular con el que se pretende reducir normas
ambientales, sociales, derechos humanos y laborales e incrementar los
privilegios a las multinacionales de un plumazo, con un solo acuerdo. Uno de
los puntos más preocupantes es el mecanismo que utiliza el TTIP para la solución
de controversias inversor-Estado: permite a los inversores mantenerse al margen
de las leyes de un Estado y presentar sus quejas directamente a los Tribunales
internacionales de arbitraje, a menudo compuestos por abogados de las mismas
empresas litigantes.
Tenemos ejemplos como el de la aseguradora sanitaria
holandesa Achmea, que ganó 22 millones de euros contra Eslovaquia por supuesto «lucro
cesante» cuando este país paralizó el proceso de privatización de la Sanidad Pública.
Australia y Uruguay tuvieron que indemnizar a Philip Morris cuando aprobaron
legislaciones antitabaco más restrictivas. La petrolera estadounidense
Occidental recibió 1.770 millones de dólares cuando Ecuador puso fin a un
contrato por incumplimiento y Canadá tuvo que pagar por una moratoria al
fracking. Estos son solo algunos ejemplos de cómo dicho tratado puede poner fin
a lo que hasta ahora conocíamos como Estado de Derecho.
Otro de los nocivos efectos del TTIP sería la pérdida
de control regulador y legislativo. La idea detrás de este objetivo es simple: «si
es bueno para nosotros, ha de ser bueno para ellos», como afirmaban los
productores de carne hormonada en Estados Unidos escandalizados por su prohibición
en la Unión Europea por cuestiones sanitarias. Las grandes empresas norteamericanas
pretenden atacar el principio de precaución que guía la legislación
medioambiental europea. Son evidentes las consecuencias sobre nuestra salud y
medio ambiente. El objetivo es desregular o igualar las exigencias
medioambientales por abajo. Y si las norteamericanas son laxas, ¿cómo lo serán
las chinas?
Esta misma semana, un nuevo y nauseabundo escándalo
alimentario revuelve los estómagos en China. La Policía se ha incautado de
100.000 toneladas de carne que había caducado, alguna hace ya cuarenta años, en
una redada a nivel nacional contra 14 mafias que traficaban con comida.
Congeladas, pero podridas, algunas de estas carnes de ternera, cerdo y pollo
datan de hace cuatro décadas, cuando Mao Zedong aún dirigía el país. Su valor
en el mercado iba a alcanzar los 3.000 millones de yuanes (430 millones de
euros), lo que supone el mayor escándalo alimentario desde la adulteración en
2008 de leche para bebés con melamina, un componente químico que mató a seis
niños e intoxicó a más de 300.000. ¿Cómo saber que esta carne podrida no era
enviada a los restaurantes chinos repartidos por todo el mundo? Nunca lo
sabremos; y cuando se eliminen todas las barreras sanitarias que impiden que
estos productos putrefactos lleguen al consumidor final en Europa, estaremos
totalmente a merced de los rufianes sin escrúpulos para los que todo vale con
tal de hacer negocio.
El Tratado de Libre Comercio [TLC] amenaza seriamente importantes
aspectos de los principios y protecciones existentes en Salud Pública, al menos
en Europa: desde el acceso a los medicamentos esenciales y a los servicios
sanitarios gratuitos, hasta el control y regulación del sector de la
alimentación y los productos sanitarios. No se pueden ignorar las enormes
consecuencias de una convergencia regulatoria: en EEUU domina una aproximación
de libre comercialización hasta que la evidencia científica no demuestre su
carácter nocivo, en la UE predomina el principio de precaución frente a nuevos
productos. La diferencia es substancial.
En el ámbito laboral, la situación es exactamente la
misma: se rebajaría la protección al trabajador si tenemos en cuenta que EEUU
no tiene ratificadas seis de las ocho normas fundamentales de la OIT
(Organización Internacional del Trabajo). El ataque al modelo social europeo no
viene solo desde Bruselas, sino también del impulso a tratados como éste que
aún se está negociando, y que son alabados por conservadores, socialdemócratas
y neoliberales en toda la Unión, aunque supongan un giro de 180 grados en
regulación europea e incluso en la cultura de protección social y ambiental.
Los «encantadores de serpientes» liberales ya han
empezado una gran campaña de márquetin a favor del TTIP basada en un único
punto: más comercio y más empleo (de baja calidad, por supuesto). David Cameron
aventura que el acuerdo creará ¡dos millones de puestos de trabajo!, al tiempo
que anuncia que pretende sacar a Reino Unido de la Unión Europea. ¡Haz lo que
yo diga, pero no lo que yo haga! Pocos meses antes de su cese, el ministro español
de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo profetizaba algo parecido.
La Comisión Europea, aún más hermética y enigmática, solo habla de «millones de
puestos de trabajo». Estas cifras son absolutamente falsas, y ellos lo saben.
Nos recuerdan a los 230.000 puestos de trabajo que iba a crear Eurovegas en
Madrid. O a los 20 millones de empleos que Bill Clinton prometió que crearía el
ALCA, la zona de libre comercio de Canadá, EEUU y México, y que ha acabado con
una destrucción de 900.000 empleos solo en Estados Unidos. Además, como insiste
Stiglitz, si se crean esos prometidos empleos, siempre estarán peor pagados que
los que se han destruido.
Como dice el profesor canadiense David Schneiderman:
«Esto es un “Nuevo Constitucionalismo” que garantiza los derechos de los
inversores, por encima de los derechos de los ciudadanos». Este acuerdo de
libre comercio supone la institucionalización que necesita el neoliberalismo
para consolidar su régimen absolutista. En definitiva, la pérdida de la
soberanía popular ante unos inversores internacionales y anónimos que ya no
respetan ni las normas más elementales del Estado de Derecho.
En España, donde aún seguimos entretenidos con la
resaca de las elecciones municipales y sus pactos postelectorales en ayuntamientos
y pedanías, el TTIP todavía es un gran desconocido porque, como es habitual, Gobierno
y PSOE están muy interesados en esconder estos debates de fondo, y los
españoles estamos muy ocupados con el fútbol, o despellejándonos a propósito de
unos tuits. Pero hay que lanzar un mensaje inequívoco a los negociadores: este
acuerdo sin el voto favorable del Parlamento Europeo y el de los Estados
miembro, no se ratificará. Para ello es necesario que la ciudadanía sea consciente
de lo que está en juego, y se movilice masivamente para impedir la consumación
de este infame Tratado de Libre Comercio.
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