sábado, 27 de junio de 2015

Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la UE

El Tratado de Libre Comercio que Bruselas y Washington negocian en secreto desde mediados de 2013 para crear la mayor área libre de aranceles del mundo, solo beneficia a las multinacionales y es muy perjudicial para la soberanía de los estados de la Unión Europea: y así es cómo lo consideran varias fuerzas políticas y organizaciones sociales europeas.
El Tratado de Libre Comercio de la Unión Europea con Estados Unidos se está negociando clandestinamente, y deja indefensos a los ciudadanos ante los más que previsibles abusos de las multinacionales. El sueño neoliberal de unos pocos privilegiados, será la pesadilla para una inmensa mayoría de ciudadanos de a pie. Estamos ante un nuevo instrumento demoledor del capitalismo más salvaje y del neoliberalismo desregulador, que va más allá de todos los acuerdos bilaterales vistos y sufridos hasta ahora.
Obama afirma que con este acuerdo comercial, la exportación de gas estadounidense a Europa será más fácil. Esto es falso, será carísima y los consumidores no tendremos más remedio que pagarla. Pero esto es lo que buscaban los que han provocado la guerra comercial con Rusia: que no compremos gas ruso para que compremos el gas norteamericano mucho más caro. ¡Un negocio redondo para EEUU! Otro más.
El 12 de febrero de 2013, durante el discurso del Estado de la Unión, el presidente Obama anunció al mundo que se iniciarían unas negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea para la creación de una amplia asociación transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). Fue la primera vez que supimos de su existencia. El 25 de febrero de 2014, el presidente Rajoy durante el debate del Estado de la Nación afirmó que España lideraría el apoyo para la consecución del acuerdo comercial entre la Unión Europea y los Estados Unidos, un acuerdo comercial sin precedentes por su alcance económico, demográfico y la complejidad jurídica que plantea.
Media un año entre estas intervenciones a ambos lados del Atlántico. Un año en el que el grupo de negociadores de la UE y de EEUU han avanzado en el acuerdo con total falta de transparencia: la mayoría de los textos negociados son secretos. Algunas partes del acuerdo no verán la luz hasta que se hayan acordado y deban ser ratificadas. Como dice el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz sobre la negociación clandestina del TTIP: «no se entiende tanto secretismo, a no ser que lo que están tramando sea realmente malo».
Por lo que sabemos hasta ahora, el impacto negativo de este acuerdo va mucho más allá de los efectos sobre nuestras vidas y el medio ambiente. Es un ataque a la soberanía popular con el que se pretende reducir normas ambientales, sociales, derechos humanos y laborales e incrementar los privilegios a las multinacionales de un plumazo, con un solo acuerdo. Uno de los puntos más preocupantes es el mecanismo que utiliza el TTIP para la solución de controversias inversor-Estado: permite a los inversores mantenerse al margen de las leyes de un Estado y presentar sus quejas directamente a los Tribunales internacionales de arbitraje, a menudo compuestos por abogados de las mismas empresas litigantes.
Tenemos ejemplos como el de la aseguradora sanitaria holandesa Achmea, que ganó 22 millones de euros contra Eslovaquia por supuesto «lucro cesante» cuando este país paralizó el proceso de privatización de la Sanidad Pública. Australia y Uruguay tuvieron que indemnizar a Philip Morris cuando aprobaron legislaciones antitabaco más restrictivas. La petrolera estadounidense Occidental recibió 1.770 millones de dólares cuando Ecuador puso fin a un contrato por incumplimiento y Canadá tuvo que pagar por una moratoria al fracking. Estos son solo algunos ejemplos de cómo dicho tratado puede poner fin a lo que hasta ahora conocíamos como Estado de Derecho.
Otro de los nocivos efectos del TTIP sería la pérdida de control regulador y legislativo. La idea detrás de este objetivo es simple: «si es bueno para nosotros, ha de ser bueno para ellos», como afirmaban los productores de carne hormonada en Estados Unidos escandalizados por su prohibición en la Unión Europea por cuestiones sanitarias. Las grandes empresas norteamericanas pretenden atacar el principio de precaución que guía la legislación medioambiental europea. Son evidentes las consecuencias sobre nuestra salud y medio ambiente. El objetivo es desregular o igualar las exigencias medioambientales por abajo. Y si las norteamericanas son laxas, ¿cómo lo serán las chinas?
Esta misma semana, un nuevo y nauseabundo escándalo alimentario revuelve los estómagos en China. La Policía se ha incautado de 100.000 toneladas de carne que había caducado, alguna hace ya cuarenta años, en una redada a nivel nacional contra 14 mafias que traficaban con comida. Congeladas, pero podridas, algunas de estas carnes de ternera, cerdo y pollo datan de hace cuatro décadas, cuando Mao Zedong aún dirigía el país. Su valor en el mercado iba a alcanzar los 3.000 millones de yuanes (430 millones de euros), lo que supone el mayor escándalo alimentario desde la adulteración en 2008 de leche para bebés con melamina, un componente químico que mató a seis niños e intoxicó a más de 300.000. ¿Cómo saber que esta carne podrida no era enviada a los restaurantes chinos repartidos por todo el mundo? Nunca lo sabremos; y cuando se eliminen todas las barreras sanitarias que impiden que estos productos putrefactos lleguen al consumidor final en Europa, estaremos totalmente a merced de los rufianes sin escrúpulos para los que todo vale con tal de hacer negocio.
El Tratado de Libre Comercio [TLC] amenaza seriamente importantes aspectos de los principios y protecciones existentes en Salud Pública, al menos en Europa: desde el acceso a los medicamentos esenciales y a los servicios sanitarios gratuitos, hasta el control y regulación del sector de la alimentación y los productos sanitarios. No se pueden ignorar las enormes consecuencias de una convergencia regulatoria: en EEUU domina una aproximación de libre comercialización hasta que la evidencia científica no demuestre su carácter nocivo, en la UE predomina el principio de precaución frente a nuevos productos. La diferencia es substancial.
En el ámbito laboral, la situación es exactamente la misma: se rebajaría la protección al trabajador si tenemos en cuenta que EEUU no tiene ratificadas seis de las ocho normas fundamentales de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). El ataque al modelo social europeo no viene solo desde Bruselas, sino también del impulso a tratados como éste que aún se está negociando, y que son alabados por conservadores, socialdemócratas y neoliberales en toda la Unión, aunque supongan un giro de 180 grados en regulación europea e incluso en la cultura de protección social y ambiental.
Los «encantadores de serpientes» liberales ya han empezado una gran campaña de márquetin a favor del TTIP basada en un único punto: más comercio y más empleo (de baja calidad, por supuesto). David Cameron aventura que el acuerdo creará ¡dos millones de puestos de trabajo!, al tiempo que anuncia que pretende sacar a Reino Unido de la Unión Europea. ¡Haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga! Pocos meses antes de su cese, el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo profetizaba algo parecido. La Comisión Europea, aún más hermética y enigmática, solo habla de «millones de puestos de trabajo». Estas cifras son absolutamente falsas, y ellos lo saben. Nos recuerdan a los 230.000 puestos de trabajo que iba a crear Eurovegas en Madrid. O a los 20 millones de empleos que Bill Clinton prometió que crearía el ALCA, la zona de libre comercio de Canadá, EEUU y México, y que ha acabado con una destrucción de 900.000 empleos solo en Estados Unidos. Además, como insiste Stiglitz, si se crean esos prometidos empleos, siempre estarán peor pagados que los que se han destruido.
Como dice el profesor canadiense David Schneiderman: «Esto es un “Nuevo Constitucionalismo” que garantiza los derechos de los inversores, por encima de los derechos de los ciudadanos». Este acuerdo de libre comercio supone la institucionalización que necesita el neoliberalismo para consolidar su régimen absolutista. En definitiva, la pérdida de la soberanía popular ante unos inversores internacionales y anónimos que ya no respetan ni las normas más elementales del Estado de Derecho.
En España, donde aún seguimos entretenidos con la resaca de las elecciones municipales y sus pactos postelectorales en ayuntamientos y pedanías, el TTIP todavía es un gran desconocido porque, como es habitual, Gobierno y PSOE están muy interesados en esconder estos debates de fondo, y los españoles estamos muy ocupados con el fútbol, o despellejándonos a propósito de unos tuits. Pero hay que lanzar un mensaje inequívoco a los negociadores: este acuerdo sin el voto favorable del Parlamento Europeo y el de los Estados miembro, no se ratificará. Para ello es necesario que la ciudadanía sea consciente de lo que está en juego, y se movilice masivamente para impedir la consumación de este infame Tratado de Libre Comercio.


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