sábado, 27 de junio de 2015

El yihadismo salafista

La Verdad de Jules Lefevre
Las corrientes salafistas son percibidas como un movimiento de renacimiento del islam, a través del retorno a la fe original, aquella de los «piadosos predecesores». Rechazan todo lo que identifican como interpretaciones «humanas» posteriores a la revelación del Profeta, es decir, todas. Se trata por tanto de un movimiento integrista e involucionista que condena igualmente las prácticas del islam popular —acusadas de ser supercherías—, como gran parte del pensamiento teológico musulmán tradicional, considerado portador de «innovaciones», es decir, creaciones de la razón humana que se alejan del mensaje divino. Los salafistas rechazan a su vez toda influencia occidental, particularmente la democracia y el laicismo, responsables, según ellos, de «corromper la fe musulmana».
El «salafismo yihadista» rechaza limitar la acción religiosa a la predicación y hace de la yihad, o guerra santa, el centro de su actividad. Los musulmanes de esta tendencia son favorables a la lucha armada con el fin de liberar a los países musulmanes de toda influencia extranjera. Se oponen igualmente a los regímenes políticos no teocráticos en los países musulmanes, por juzgarlos impíos, y en los que pretenden instaurar un Estado Islámico supranacional. Actúan, pues, como un ejército musulmán de conquista y ocupación.
El salafismo yihadista nació en Afganistán en los años 1980, durante la ocupación soviética. Desde el punto de vista del yihadismo, los salafistas tradicionales, favorables a la predicación no violenta, son traidores al islam que trabajan al servicio de Occidente. Por otro lado, critican encarnizadamente a los Hermanos Musulmanes, que son rechazados debido a su «moderado fervor religioso», y a su participación en las instituciones políticas creadas a imagen de las democracias occidentales. El salafismo yihadista sigue una estrategia revolucionaria y pretende derrocar a los gobiernos de los países musulmanes para instaurar el Estado Islámico por medios extremadamente violentos y represores.
A muchos esto les podrá parecer exagerado, y pensarán que no hay motivos para preocuparse. Pero la estrategia de los salafistas no es nueva. En el siglo IV fueron los cristianos a través de unos violentos milicianos, conocidos como parabolanos —barbudos que vestían totalmente de negro, exactamente igual que los fanáticos del Estado Islámico—, los que lograron arrinconar el paganismo grecorromano y convertir al poderoso Imperio Romano en una inmensa diócesis cristiana universal: la Iglesia católica romana. Bastaron apenas un par de generaciones para acabar con la civilización clásica: las que van desde el año 313, cuando fue publicado en Milán el Edicto de Tolerancia Religiosa por el emperador Constantino, hasta el Edicto de Tesalónica promulgado por el emperador Teodosio el año 380, decretando que el cristianismo es la única religión lícita del Imperio Romano, quedando todas las demás religiones y cultos proscritos.
El asesinato, las mutilaciones y las decapitaciones de sacerdotes y devotos fieles paganos, además de las profanaciones e incendios de las que fueron objeto los antiguos templos, borraron en poco tiempo todo rastro de civilización, y Europa se adentró en una larga noche llamada Edad Oscura que duró mil años. También se conoce ese periodo como Edad Media; pero el Humanismo Cristiano, que defiende una plena realización del hombre y de lo humano dentro de un marco de principios cristianos, y del que tanto se habla ahora desde los sectores conservadores, no apareció en la época medieval como algunos pretenden, sino bien entrado el siglo XX.
Hipatia de Alejandría fue una filósofa pitagórica y maestra neoplatónica griega que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía a comienzos del siglo V. Seguidora de Plotino, cultivó los estudios lógicos y las ciencias exactas, llevando una vida ascética. Educó a una selecta élite de aristócratas —cristianos y paganos— que ocuparon altos cargos rectores en la administración del Imperio, entre los que destacó el obispo Sinesio de Cirene —que mantuvo una dilatada relación epistolar con ella—, además de Hesiquio de Alejandría y Orestes, prefecto romano de Egipto.
De nada le sirvió a Hipatia su tolerancia y buen talante —los propios de una mujer culta—, ni sus buenas relaciones con las autoridades eclesiásticas. Su pública y reiterada negativa a convertirse al cristianismo, hizo que sus antiguos alumnos cristianos le diesen la espalda y murió cruelmente asesinada por los parabolanos: la lapidaron y la despellejaron aún viva. Después descuartizaron su cadáver y quemaron sus restos.
La magnífica película de Alejandro Amenábar «Ágora» protagonizada por Rachel Weisz, reproduce la biografía y la época de Hipatia con notable intensidad dramática y rigor histórico. Si aún no la habéis visto, os recomiendo que la veáis.
Aviso a navegantes: no se puede ser tolerante con los intolerantes. Hoy no se trata de Hipatia y del Imperio Romano, sino de fanáticos salafistas que pretenden acabar con nuestra libertad y con la civilización occidental; restaurada después de muchos siglos de intransigencia religiosa, y de no pocos sacrificios. ¡No más estados teocráticos!




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