jueves, 31 de diciembre de 2015
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domingo, 28 de junio de 2015
La deuda de Grecia con España
Es cierto que Grecia ha hecho muchas cosas mal. Pero no es de recibo que la UE acorrale así a un país europeo.
Recordemos, además, que
España también estuvo al borde del abismo por obra y gracia de los
especuladores financieros internacionales. Es absolutamente falso que la crisis
financiera se desatara a causa de la mala gestión de Zapatero. Otra cosa fue el
estallido de la burbuja inmobiliaria: de esto fueron culpables todos los
gobiernos del PP y del PSOE, y los propios bancos. Y no es menos cierto que
Rajoy podría haber negociado mejor los dolorosos recortes que la UE impuso a
España. La crisis que se desató en 2008 se originó en Estados Unidos, no en
Grecia, que a nadie se le olvide. Por cierto, la mayor Deuda Externa del mundo
es la de Estados Unidos. ¿Por qué no se le exige a Obama un recorte en el
presupuesto de Defensa igual que se le exige a Grecia, y a España, recortes en
salarios y prestaciones sociales? Ni la UE, ni el Eurogrupo que pretende
presidir De Guindos, ni la Comisión Europea, ni el Banco Central Europeo, ni el
FMI, son amigos de España… ¡no hagamos causa común con ellos!
Estos días hemos asistido a un bochornoso espectáculo
de declaraciones sobre el dinero que España ha prestado a Grecia y la supuesta
firmeza que Rajoy y los suyos aplicarán para recuperar hasta el último céntimo
de los «26.000 millones de euros», mucho menos dinero que los distintos
gobiernos autonómicos del PP y del PSOE han desfalcado o despilfarrado. Ello
alcanzó su cénit con las declaraciones de Margallo afirmando que sin ese
préstamo las prestaciones de empleo en España habrían subido un 50% o las
pensiones un 38%. Además de ser un redomado embustero, se burla de pensionistas
y desempleados.
En el año 2010 se concluyó el primer paquete de
rescate a Grecia, por un valor de 110.000 millones de euros de los que 80
correspondían a créditos bilaterales concedidos por los estados miembros de la
UE y 30 al Fondo Monetario Internacional (FMI).
Eran créditos fueron otorgados a través de un acuerdo
firmado entre Grecia, el FMI, y los estados miembros acreedores, entre ellos
España. De los 80.000 millones, a 1 de enero de 2015 se han desembolsado
52.900. En el esquema, España aporta el equivalente a su suscripción en el
capital del Banco Central Europeo (BCE), es decir el 8,3%. Por lo tanto, de los
52.900 millones de euros, España ha desembolsado hasta ahora 6.650, ni un euro
más.
El tipo de interés aplicado a Grecia para estos
créditos fue de entre el 5% y el 7%, un tipo muchísimo más alto que lo que
pagaban entonces los Estados por financiarse en los mercados. Este tipo fue posteriormente reducido en una
de las reestructuraciones de la deuda griega, pero los estados miembros de la
UE, con Alemania a la cabeza; ganaban y siguen ganando dinero con la operación.
Vale la pena recordar la valoración de la misma que hizo Zapatero en abril de
2010 en el Congreso, usando como base de cálculo la última subasta de bonos a 3
años realizada entonces: «Grecia pagaría por el préstamo alrededor de un 5 por
ciento anual; la parte que correspondería en principio a España serían 183
millones de euros anuales, que nos pagaría Grecia, frente a los 73 millones que
nos generaría de gasto a nosotros. El impacto global sobre las cuentas públicas
sería positivo por valor de 110 millones de euros cada uno de los tres años que
se espera se mantenga vivo el préstamo».
Además es importante señalar que la gran parte de este
dinero no fue a parar a los griegos. La mitad del dinero prestado fue destinado
a pagar vencimientos de deuda griega con las principales instituciones
financieras europeas (principalmente
bancos franceses y alemanes). Es decir, el dinero que salió de nuestros
bolsillos no terminó en manos de los ciudadanos griegos, acabó en los balances
de la gran banca europea. Eso sí, ahora nos los deben los griegos. El programa
de rescate del 2010 no fue un programa de rescate para los griegos. Fue un
programa de rescate encubierto al sistema financiero europeo, sobre todo el
alemán. No lo olvidemos.
Estos 6.650 millones de euros, por lo tanto, es todo
lo que ha pagado España hasta ahora a Grecia, con los tipos de interés usureros
señalados. ¿Por qué el Gobierno habla entonces de 26.000 millones?
El 14 de marzo de 2012 se decidió un segundo rescate a
Grecia, se añadieron 130.000 millones al programa. Esta vez, sin embargo, el
esquema no fueron créditos bilaterales, sino que se utilizó un mecanismo, el
EFSF (European Financial Stability Facility) creado en 2010. En este caso, el
EFSF toma prestado dinero en los mercados financieros con garantías de los estados
miembros de la UE, y presta a su vez el dinero; hasta hoy a Grecia, Portugal e
Irlanda. En el caso Griego, a 1 de enero de 2015 se han desembolsado 141.800
millones de euros de este segundo paquete. Las garantías españolas que le
corresponden al mecanismo son un 12,8%. Eso significa que España ha aportado
garantías a este segundo rescate a Grecia por valor de 18.150 millones de euro.
Pero ojo, son garantías, ¡España no ha pagado de esta cantidad ni un sólo
céntimo! Además, es importante señalar que las garantías se aportan a
inversores privados que una vez más harán negocio a costa de los griegos,
asumiendo el riesgo el resto de haciendas públicas nacionales. Este punto debe
quedar muy claro.
Resumiendo, España ha aportado al rescate griego 6.650
millones de un crédito bilateral a un tipo de interés del 5% (lo único
desembolsado hasta ahora), con el que ganará dinero. Y ha aportado garantías a
través del EFSF por valor de 18.150 millones, del que no se ha tenido que hacer
de momento ni un solo pago. ¿Le debe Grecia 26.000 millones de euros a España? No.
Y la información que ha vertido el Gobierno del PP al respecto, es falsa.
Ahora bien —y este punto también es importante—, el
rescate griego sí puede acabar costándole más de 20.000 millones de euros a
España. Sucederá si el Eurogrupo continúa, como está haciendo estos días
liderado por Alemania y apoyado por España, empujando a Grecia hacia la
bancarrota y a la salida del euro. Si ello sucede, Grecia impagaría sus
obligaciones financieras al declararse en bancarrota, España perdería gran
parte de los 6.650 millones prestados y se ejecutarían las garantías dadas al
EFSF y entonces sí debería España desembolsar los 18.150 millones, a los
inversores privados y especuladores financieros que pusieron el dinero.
Grecia ya ha dicho que quiere devolver la deuda y ha
pedido más tiempo. Ante ello España tiene dos opciones: tenderle la mano, y
darle oxígeno para no perder el dinero, o empujarla hacia la bancarrota, como
hace estos días De Guindos. El PP miente con las cifras, y además hace con
Grecia lo contrario de lo que predica. Defiende estos días sus intereses
políticos, no el dinero prestado. Su principal objetivo es evitar que otro estado
miembro endeudado realice con éxito una política económica distinta a la
suicida y socialmente depredadora seguida en España. Nada más. Y al perseguir este
objetivo, poniendo a Grecia contra las cuerdas, están también poniendo en
riesgo el dinero prestado y las garantías españolas en el EFSF, y de paso
haciendo saltar por los aires cualquier concepción de lo que debería ser la
solidaridad europea.
sábado, 27 de junio de 2015
Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la UE
El Tratado de Libre Comercio que Bruselas y
Washington negocian en secreto desde mediados de 2013 para crear la mayor área
libre de aranceles del mundo, solo beneficia a las multinacionales y es muy perjudicial para la soberanía de los estados de la Unión Europea: y así es cómo lo consideran
varias fuerzas políticas y organizaciones sociales europeas.
El Tratado de Libre Comercio de la Unión Europea con Estados
Unidos se está negociando clandestinamente, y deja indefensos a los ciudadanos ante
los más que previsibles abusos de las multinacionales. El sueño neoliberal de
unos pocos privilegiados, será la pesadilla para una inmensa mayoría de
ciudadanos de a pie. Estamos ante un nuevo instrumento demoledor del capitalismo
más salvaje y del neoliberalismo desregulador, que va más allá de todos los
acuerdos bilaterales vistos y sufridos hasta ahora.
Obama afirma que con este acuerdo comercial, la
exportación de gas estadounidense a Europa será más fácil. Esto es falso, será
carísima y los consumidores no tendremos más remedio que pagarla. Pero esto es
lo que buscaban los que han provocado la guerra comercial con Rusia: que no
compremos gas ruso para que compremos el gas norteamericano mucho más caro. ¡Un
negocio redondo para EEUU! Otro más.
El 12 de febrero de 2013, durante el discurso del
Estado de la Unión, el presidente Obama anunció al mundo que se iniciarían unas
negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Europea para la creación de una
amplia asociación transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP). Fue la
primera vez que supimos de su existencia. El 25 de febrero de 2014, el
presidente Rajoy durante el debate del Estado de la Nación afirmó que España
lideraría el apoyo para la consecución del acuerdo comercial entre la Unión
Europea y los Estados Unidos, un acuerdo comercial sin precedentes por su alcance
económico, demográfico y la complejidad jurídica que plantea.
Media un año entre estas intervenciones a ambos lados
del Atlántico. Un año en el que el grupo de negociadores de la UE y de EEUU han
avanzado en el acuerdo con total falta de transparencia: la mayoría de los
textos negociados son secretos. Algunas partes del acuerdo no verán la luz
hasta que se hayan acordado y deban ser ratificadas. Como dice el premio Nobel de
Economía Joseph Stiglitz sobre la negociación clandestina del TTIP: «no se
entiende tanto secretismo, a no ser que lo que están tramando sea realmente
malo».
Por lo que sabemos hasta ahora, el impacto negativo de
este acuerdo va mucho más allá de los efectos sobre nuestras vidas y el medio
ambiente. Es un ataque a la soberanía popular con el que se pretende reducir normas
ambientales, sociales, derechos humanos y laborales e incrementar los
privilegios a las multinacionales de un plumazo, con un solo acuerdo. Uno de
los puntos más preocupantes es el mecanismo que utiliza el TTIP para la solución
de controversias inversor-Estado: permite a los inversores mantenerse al margen
de las leyes de un Estado y presentar sus quejas directamente a los Tribunales
internacionales de arbitraje, a menudo compuestos por abogados de las mismas
empresas litigantes.
Tenemos ejemplos como el de la aseguradora sanitaria
holandesa Achmea, que ganó 22 millones de euros contra Eslovaquia por supuesto «lucro
cesante» cuando este país paralizó el proceso de privatización de la Sanidad Pública.
Australia y Uruguay tuvieron que indemnizar a Philip Morris cuando aprobaron
legislaciones antitabaco más restrictivas. La petrolera estadounidense
Occidental recibió 1.770 millones de dólares cuando Ecuador puso fin a un
contrato por incumplimiento y Canadá tuvo que pagar por una moratoria al
fracking. Estos son solo algunos ejemplos de cómo dicho tratado puede poner fin
a lo que hasta ahora conocíamos como Estado de Derecho.
Otro de los nocivos efectos del TTIP sería la pérdida
de control regulador y legislativo. La idea detrás de este objetivo es simple: «si
es bueno para nosotros, ha de ser bueno para ellos», como afirmaban los
productores de carne hormonada en Estados Unidos escandalizados por su prohibición
en la Unión Europea por cuestiones sanitarias. Las grandes empresas norteamericanas
pretenden atacar el principio de precaución que guía la legislación
medioambiental europea. Son evidentes las consecuencias sobre nuestra salud y
medio ambiente. El objetivo es desregular o igualar las exigencias
medioambientales por abajo. Y si las norteamericanas son laxas, ¿cómo lo serán
las chinas?
Esta misma semana, un nuevo y nauseabundo escándalo
alimentario revuelve los estómagos en China. La Policía se ha incautado de
100.000 toneladas de carne que había caducado, alguna hace ya cuarenta años, en
una redada a nivel nacional contra 14 mafias que traficaban con comida.
Congeladas, pero podridas, algunas de estas carnes de ternera, cerdo y pollo
datan de hace cuatro décadas, cuando Mao Zedong aún dirigía el país. Su valor
en el mercado iba a alcanzar los 3.000 millones de yuanes (430 millones de
euros), lo que supone el mayor escándalo alimentario desde la adulteración en
2008 de leche para bebés con melamina, un componente químico que mató a seis
niños e intoxicó a más de 300.000. ¿Cómo saber que esta carne podrida no era
enviada a los restaurantes chinos repartidos por todo el mundo? Nunca lo
sabremos; y cuando se eliminen todas las barreras sanitarias que impiden que
estos productos putrefactos lleguen al consumidor final en Europa, estaremos
totalmente a merced de los rufianes sin escrúpulos para los que todo vale con
tal de hacer negocio.
El Tratado de Libre Comercio [TLC] amenaza seriamente importantes
aspectos de los principios y protecciones existentes en Salud Pública, al menos
en Europa: desde el acceso a los medicamentos esenciales y a los servicios
sanitarios gratuitos, hasta el control y regulación del sector de la
alimentación y los productos sanitarios. No se pueden ignorar las enormes
consecuencias de una convergencia regulatoria: en EEUU domina una aproximación
de libre comercialización hasta que la evidencia científica no demuestre su
carácter nocivo, en la UE predomina el principio de precaución frente a nuevos
productos. La diferencia es substancial.
En el ámbito laboral, la situación es exactamente la
misma: se rebajaría la protección al trabajador si tenemos en cuenta que EEUU
no tiene ratificadas seis de las ocho normas fundamentales de la OIT
(Organización Internacional del Trabajo). El ataque al modelo social europeo no
viene solo desde Bruselas, sino también del impulso a tratados como éste que
aún se está negociando, y que son alabados por conservadores, socialdemócratas
y neoliberales en toda la Unión, aunque supongan un giro de 180 grados en
regulación europea e incluso en la cultura de protección social y ambiental.
Los «encantadores de serpientes» liberales ya han
empezado una gran campaña de márquetin a favor del TTIP basada en un único
punto: más comercio y más empleo (de baja calidad, por supuesto). David Cameron
aventura que el acuerdo creará ¡dos millones de puestos de trabajo!, al tiempo
que anuncia que pretende sacar a Reino Unido de la Unión Europea. ¡Haz lo que
yo diga, pero no lo que yo haga! Pocos meses antes de su cese, el ministro español
de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo profetizaba algo parecido.
La Comisión Europea, aún más hermética y enigmática, solo habla de «millones de
puestos de trabajo». Estas cifras son absolutamente falsas, y ellos lo saben.
Nos recuerdan a los 230.000 puestos de trabajo que iba a crear Eurovegas en
Madrid. O a los 20 millones de empleos que Bill Clinton prometió que crearía el
ALCA, la zona de libre comercio de Canadá, EEUU y México, y que ha acabado con
una destrucción de 900.000 empleos solo en Estados Unidos. Además, como insiste
Stiglitz, si se crean esos prometidos empleos, siempre estarán peor pagados que
los que se han destruido.
Como dice el profesor canadiense David Schneiderman:
«Esto es un “Nuevo Constitucionalismo” que garantiza los derechos de los
inversores, por encima de los derechos de los ciudadanos». Este acuerdo de
libre comercio supone la institucionalización que necesita el neoliberalismo
para consolidar su régimen absolutista. En definitiva, la pérdida de la
soberanía popular ante unos inversores internacionales y anónimos que ya no
respetan ni las normas más elementales del Estado de Derecho.
En España, donde aún seguimos entretenidos con la
resaca de las elecciones municipales y sus pactos postelectorales en ayuntamientos
y pedanías, el TTIP todavía es un gran desconocido porque, como es habitual, Gobierno
y PSOE están muy interesados en esconder estos debates de fondo, y los
españoles estamos muy ocupados con el fútbol, o despellejándonos a propósito de
unos tuits. Pero hay que lanzar un mensaje inequívoco a los negociadores: este
acuerdo sin el voto favorable del Parlamento Europeo y el de los Estados
miembro, no se ratificará. Para ello es necesario que la ciudadanía sea consciente
de lo que está en juego, y se movilice masivamente para impedir la consumación
de este infame Tratado de Libre Comercio.
La OTAN y España
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, ha
declarado este jueves que la pertenencia de España a la Alianza Atlántica es
«bueno para la seguridad» tanto de nuestro país como del resto de países
miembros porque es una organización que ha dado «paz y estabilidad durante
décadas». Bueno, esto tiene muchos matices. Paz y estabilidad a Europa, puede.
España no participó en ninguna de las dos Guerras Mundiales, y tampoco en la
Guerra Fría. Aunque a muchos les cueste creerlo, las relaciones del régimen de
Franco con la Unión Soviética fueron mucho más fluidas de lo que hoy pueda pensarse.
En cuanto a la defensa de España en caso de conflicto, por ejemplo, con
Marruecos: ¿está asegurada su intervención en nuestro favor? Tengo entendido
que Ceuta y Melilla están fuera del paraguas protector de la OTAN. Y no digamos si el conflicto se produjese con el Reino Unido en Gibraltar.
En 1976 Marruecos se apoderó impunemente del Sáhara español
sin que Europa hiciese nada por nosotros, siquiera permitir que defendiésemos
aquel territorio de la agresión marroquí. Es cierto que todavía no
pertenecíamos a la OTAN, pero no es menos cierto que teníamos en vigor un
Tratado de Defensa bilateral con Estados Unidos. ¿Hicieron algo por nosotros?
No. Es más, apoyaron a Marruecos en Naciones Unidas; tanto los Estados Unidos,
como Francia y Reino Unido.
Los únicos países que realmente se beneficiaron con la
creación de la OTAN fueron los Estados Unidos y Reino Unido, que así pudieron
controlar a las fuerzas armadas de los demás países integrantes. Charles de
Gaulle jamás quiso la permanencia de Francia en la OTAN y de hecho sacó al país
de su estructura militar porque se le exigía renunciar a su arsenal atómico. Y
España, antes de su ingreso, tuvo que firmar un acuerdo SALT (siendo éstas las
siglas de Strategic Arms Limitation Talks, en inglés «Conversaciones sobre
Limitación de Armas Estratégicas») en
1981 renunciando a fabricar y poseer armamento nuclear. ¿De verdad la OTAN es
para nuestra defensa?
El yihadismo salafista
La Verdad de Jules Lefevre |
Las corrientes salafistas son percibidas como un
movimiento de renacimiento del islam, a través del retorno a la fe original,
aquella de los «piadosos predecesores». Rechazan todo lo que identifican como
interpretaciones «humanas» posteriores a la revelación del Profeta, es decir,
todas. Se trata por tanto de un movimiento integrista e involucionista que
condena igualmente las prácticas del islam popular —acusadas de ser supercherías—,
como gran parte del pensamiento teológico musulmán tradicional, considerado portador
de «innovaciones», es decir, creaciones de la razón humana que se alejan del
mensaje divino. Los salafistas rechazan a su vez toda influencia occidental,
particularmente la democracia y el laicismo, responsables, según ellos, de «corromper
la fe musulmana».
El «salafismo yihadista» rechaza limitar la acción
religiosa a la predicación y hace de la yihad, o guerra santa, el centro de su
actividad. Los musulmanes de esta tendencia son favorables a la lucha armada
con el fin de liberar a los países musulmanes de toda influencia extranjera. Se
oponen igualmente a los regímenes políticos no teocráticos en los países
musulmanes, por juzgarlos impíos, y en los que pretenden instaurar un Estado Islámico
supranacional. Actúan, pues, como un ejército musulmán de conquista y ocupación.
El salafismo yihadista nació en Afganistán en los años 1980,
durante la ocupación soviética. Desde el punto de vista del yihadismo, los
salafistas tradicionales, favorables a la predicación no violenta, son
traidores al islam que trabajan al servicio de Occidente. Por otro lado,
critican encarnizadamente a los Hermanos Musulmanes, que son rechazados debido
a su «moderado fervor religioso», y a su participación en las instituciones
políticas creadas a imagen de las democracias occidentales. El salafismo yihadista
sigue una estrategia revolucionaria y pretende derrocar a los gobiernos de los
países musulmanes para instaurar el Estado Islámico por medios extremadamente violentos
y represores.
A muchos esto les podrá parecer exagerado, y pensarán
que no hay motivos para preocuparse. Pero la estrategia de los salafistas no es
nueva. En el siglo IV fueron los cristianos a través de unos violentos
milicianos, conocidos como parabolanos —barbudos que vestían totalmente de
negro, exactamente igual que los fanáticos del Estado Islámico—, los que
lograron arrinconar el paganismo grecorromano y convertir al poderoso Imperio Romano
en una inmensa diócesis cristiana universal: la Iglesia católica romana.
Bastaron apenas un par de generaciones para acabar con la civilización clásica:
las que van desde el año 313, cuando fue publicado en Milán el Edicto de
Tolerancia Religiosa por el emperador Constantino, hasta el Edicto de
Tesalónica promulgado por el emperador Teodosio el año 380, decretando que el
cristianismo es la única religión lícita del Imperio Romano, quedando todas las
demás religiones y cultos proscritos.
El asesinato, las mutilaciones y las decapitaciones de
sacerdotes y devotos fieles paganos, además de las profanaciones e incendios de
las que fueron objeto los antiguos templos, borraron en poco tiempo todo rastro
de civilización, y Europa se adentró en una larga noche llamada Edad Oscura que
duró mil años. También se conoce ese periodo como Edad Media; pero el Humanismo
Cristiano, que defiende una plena realización del hombre y de lo humano dentro
de un marco de principios cristianos, y del que tanto se habla ahora desde los sectores
conservadores, no apareció en la época medieval como algunos pretenden, sino bien
entrado el siglo XX.
Hipatia de Alejandría fue una filósofa pitagórica y
maestra neoplatónica griega que destacó en los campos de las matemáticas y la
astronomía a comienzos del siglo V. Seguidora de Plotino, cultivó los estudios lógicos
y las ciencias exactas, llevando una vida ascética. Educó a una selecta élite
de aristócratas —cristianos y paganos— que ocuparon altos cargos rectores en la
administración del Imperio, entre los que destacó el obispo Sinesio de Cirene —que
mantuvo una dilatada relación epistolar con ella—, además de Hesiquio de
Alejandría y Orestes, prefecto romano de Egipto.
De nada le sirvió a Hipatia su tolerancia y buen
talante —los propios de una mujer culta—, ni sus buenas relaciones con las
autoridades eclesiásticas. Su pública y reiterada negativa a convertirse al
cristianismo, hizo que sus antiguos alumnos cristianos le diesen la espalda y
murió cruelmente asesinada por los parabolanos: la lapidaron y la despellejaron
aún viva. Después descuartizaron su cadáver y quemaron sus restos.
La magnífica película de Alejandro Amenábar «Ágora»
protagonizada por Rachel Weisz, reproduce la biografía y la época de Hipatia
con notable intensidad dramática y rigor histórico. Si aún no la habéis visto, os
recomiendo que la veáis.
Aviso a navegantes: no se puede ser tolerante con los
intolerantes. Hoy no se trata de Hipatia y del Imperio Romano, sino de
fanáticos salafistas que pretenden acabar con nuestra libertad y con la
civilización occidental; restaurada después de muchos siglos de intransigencia
religiosa, y de no pocos sacrificios. ¡No más estados teocráticos!
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